Palabras de Valeria Melchiorre en la presentación del libro de Plebella en la Biblioteca Nacional el 8 de octubre de 2013
En principio quiero agradecer a Romina la oportunidad
que me ha dado de participar en Plebella;
agradecerle esta convocatoria aquí; y celebrar la compañía de estos pares, tan
grata en el papel como en vivo y en directo. Debo confesarles que perdí los primeros
apuntes que hice acerca de mi lectura de este libro, junto con el primer libro
que tuve, en un taxi. Por cierto, eso fue antes de que Romina nos sugiriera el
eje de esta charla, el tema «poesía y
crítica». Con lo cual, hice
borrón y cuenta nueva: obtuve el libro por segunda vez; y lo releí, ahora con
una nueva mirada o puntería. El resultado, sin embargo, no sería tan diferente.
Porque Plebella,
la mire desde donde la mire o apunte lo que apunte – es ex profeso el uso de la
primera persona del singular, me intrigaba e intriga bastante lo que van a
decir ustedes acá- siempre ha suscitado en mí las mismas impresiones o
reflexiones; y probablemente todas tengan que ver, aunque sea indirectamente, con
la relación poesía/ crítica: con esa «junción» que en esta
revista es una encrucijada en tanto no hay opción; y es uno y otro de los
términos reunidos. En efecto, hagamos el ejercicio de suplantar la palabra «crítica» por la que
designa el género de uno de sus viaductos más convencionales, la palabra «ensayo»; y leamos algunas de
las innumerables ocasiones en que «poesía» y «ensayo» buscan amalgamarse. Por poner un caso, lo que dice Romina en la editorial de
noviembre de 2005: “[…] proponer un poema como ensayo […]”; y ya más acá, en la
“Nota de la Editora” a este volumen: “[…] esa colectora del ensayo que se junta
con la poesía y los dos se intervienen mutuamente”.
Creo, personalmente, que este binomio,
(des)identificado como tal, depuestas las barras y las barreras, transformado
en zona de frontera, en un in between
–por apropiarme y arrastrar aquí un concepto de la crítica post- colonialista-,
tiene directa conexión con uno de los rasgos, a mi modo de ver, más notorios de
Plebella: la apelación al cuerpo. Curiosamente,
o no tanto, este factor se explicita en más de una oportunidad a lo largo de la
revista, ya porque la editora se pone como meta: “Registrar un tiempo […] de
cuerpo entero” –en una editorial de abril de 2007-; ya, de manera más
flagrante, por la fuerte presencia que tiene la performance como actividad del
linde –en su poema “Performance”, Roberto Echavarren dice “y estamos en el filo
de la navaja”-; y por la importancia que se concede, en general, a todas las
movidas en las que el cuerpo está incuestionablemente involucrado. Es sugestivo
al respecto el ensayo de Blanca Lema sobre el Butoh: “Esa es la doble danza.
Escribir, bailar el poema, escribir”, leemos hacia el final.
Este llamado al cuerpo –que se siente de distintas
maneras, aún en el cuerpo de la revista, y que es la causa de más de un malentendido
en torno a Plebella, de más de un
prejuicio en su contra-, este llamado al cuerpo, entonces, implica dar cauce a
la pulsión. Y mediante esta expresión me refiero, por supuesto, a darle un
curso, a «encauzarla», porque el decir plebello
no deja afuera a la razón -¿no se nos ha propuesto aquí hablar de la relación
poesía/ crítica?¿no llevamos a cuestas, más de uno, una biblioteca variopinta y
frondosa?-; pero, sobre todo, darle cauce es darle voz a esa pulsión, en tanto el
énfasis está puesto en el deseo como motor, amparo y justificación de cualquier
acto de escritura. Pareciera, entonces, que las páginas de la revista –las que
estuvieran en blanco pero también estas- nos instaran a sacudirnos, a
deshabituarnos, a deshacernos del mandato de lo que ya está lógicamente pensado
y pautado, aunque venga hecho lastre con nosotros. “A ver qué pasa con lo que
nos gusta”, escribe Romina en una editorial de 2009. Y esta exhortación, salvo
que seamos fundamentalistas de la erudición, sesudos irredimibles, citadores
profesionales, corderos del manso rebaño de la cauta intelligentsia, nos invita a ponernos frente a nuestra singularidad
más absoluta.
Aquí, entonces, la segunda de las sensaciones/
consideraciones que Plebella siempre
me ha despertado: su destino irreverente, pero no en el sentido que lo fueron
algunas de las vanguardias, es decir, no porque prime el gesto del desparpajo,
sino porque Plebella nos pide salirnos
de las sendas instituidas, de clasificaciones y de casilleros -o de casillas-.;
en definitiva, nos incita a desafiliarnos. Leo uno de los incontables párrafos
en que un colaborador proyecta características de la revista. Se trata de un
fragmento de Karel Nu, en un ensayo de un número de 2004. El autor se propone,
respecto de los libros de la época, “[…] seguir las líneas de indeterminación
de algunos de ellos” para no enfatizar sobre lo ya dicho y no hablar sobre las
esquirlas del neobarroco, del neorrealismo, o lo que fuere. Dice luego: “Se
acaba con la impresión de que llegamos (tarde) al mismo lugar del que partimos,
justo cuando lo real, de rozarse, se
lo hace en un punto que no pre-existía y allí es donde tiene chances la mordida
de la crítica, incluso la fuerza para inventarlo todo, para contextualizar de
una manera menos escolarizada o más insurrecta, a través de problemas inéditos
antes que por una prestidigitación de décadas y escuelas facilitadas de
antemano”.
Poner el cuerpo, entonces, acarreando con uno mismo
las improntas de lo menos estandarizado; y evitar u olvidar la pertenencia, el
límite que impone una franja etaria o una tendencia: ambos impulsos no pueden
jamás darse la mano con la unilateralidad. Y nos ubican, inevitablemente, en
situación de pasaje, de frontera, en el cruce que es el de la incerteza. Allí
donde las artes todas se alimentan unas de otras; donde se inspiran, bifurcan o
convergen; donde el poema se convierte en crítica y la crítica se escribe como
un poema.
Podría agregar muchas más cosas sobre Plebella, pero sin duda es su
inclinación a asumirse –y aquí cito unos versos de Susy Shock- “[…] mariposa
ajena a la modernidad,/ a la posmodernidad,/ a la normalidad./ Oblicua,/
vizca,/ silvestre,/ artesanal” lo que hace que en esta olla entremos muchos de
nosotros. Excepto los que no están dispuestos a sacudirse.
Valeria
Melchiorre
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